PRÓLOGO.
Publicando las vidas de los profeso-
res , que exercitáron en España las be-
llas artes, debo enterar á mi lector, así
de la razón que tuve para emprender
esta obra, como de la diligencia que
puse y de los medios que empleé en
perfeccionarla: en lo qual no tanto tra-
taré de recomendar mi trabajo, quan-
to de llenar la obligación que se impo-
ne qualquier escritor, que desea la ins-
trucción y aspira al aprecio del público.
Aficionado desde mi primera juven-
tud á las artes del dibuxo, y acostum-
brado á tratar freqüentemente con sus
profesores , sentí desde muy temprano
el mas vivo deseo de promover entre
nosotros su exercicio y aprecio ; y bien
cierto de que nada contribuiría tanto á
este fin como el honor dado á los ar-
tistas distinguidos , concebí, mas ha-
brá de veinte años , el designio de reco-
ger y publicar estas memorias. Quan-
do dixo Cicerón que el honor era el ali-
mento de las artes , pronunció una de
aquellas sentencias que por su verdad
«3
Publicando las vidas de los profeso-
res , que exercitáron en España las be-
llas artes, debo enterar á mi lector, así
de la razón que tuve para emprender
esta obra, como de la diligencia que
puse y de los medios que empleé en
perfeccionarla: en lo qual no tanto tra-
taré de recomendar mi trabajo, quan-
to de llenar la obligación que se impo-
ne qualquier escritor, que desea la ins-
trucción y aspira al aprecio del público.
Aficionado desde mi primera juven-
tud á las artes del dibuxo, y acostum-
brado á tratar freqüentemente con sus
profesores , sentí desde muy temprano
el mas vivo deseo de promover entre
nosotros su exercicio y aprecio ; y bien
cierto de que nada contribuiría tanto á
este fin como el honor dado á los ar-
tistas distinguidos , concebí, mas ha-
brá de veinte años , el designio de reco-
ger y publicar estas memorias. Quan-
do dixo Cicerón que el honor era el ali-
mento de las artes , pronunció una de
aquellas sentencias que por su verdad
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