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Ana Longoni

Hacia fines de la época, después de 1968 y en los primeros años setenta,
ser considerado artista de vanguardia deja de ser una posición de valor, lo que
en muchos casos condujo al abandono del arte, a la supeditación de los artistas
a los mandatos de las organizaciones políticas, al renunciamiento a su condi-
ción (de intelectuales), desplazado al hipotético día-después-de-la-revolución.
Se podría leer el anti-vanguardismo como una forma específica del an-
ti-intelectualismo que atraviesa entonces al campo cultural argentino, fuerte-
mente imbricado con el populismo (que ve en la vanguardia una elite anti-po-
pular) y el nacionalismo (la vanguardia como moda extranjerizante).
Asociada a la definición como vanguardia aparece una batería de concep-
tos que proponen los mismos partícipes de este movimiento para nombrar lo
que hacen. Entre ellos, el teórico, happenista y animador de la escena experi-
mental Oscar Masotta postulaba en 1967 de modo excluyente: “En arte sólo se
puede ser hoy de vanguardia”.10 Y asociaba esa noción a las ideas de ruptura,
desmaterialización, ambientación y discontinuidad. Por su parte, el artista Ri-
cardo Carreira propuso la noción de deshabituación para designar el efecto que
debía provocar el arte, tan incomodante que resulte intolerable para la buena
conciencia adormecida. En un sentido semejante, el artista Edgardo Vigo em-
pleó el término revulsión.11 Y notaba que en el arte (o al menos en sus nuevas
formas de practicarlo) no había ya representación sino presentación o huella, lo
que conlleva una ruptura con la condición idealista del arte como reflejo o ven-
tana al mundo. Presentar es señalar la condición material y construida del ob-
jeto artístico, su capacidad de invención.
En síntesis, estamos ante una serie de pugnas (teóricas y empíricas), en la
que no solo intervienen los propios grupos de artistas experimentales sino tam-
bién otras posiciones del campo artístico, los gestores institucionales, los críti-
cos especializados y masivos, el público, los intelectuales y militantes políticos
de las distintas vertientes de la izquierda. Todos contribuyen a definir el sentido
de “vanguardia” como complejo artefacto verbal en continua disputa.
Partir del cruce entre vanguardia y revolución nos lleva a indagar cómo
los artistas inscribieron (o quisieron inscribir) sus producciones e ideas en la
imaginación utópica de una nueva sociedad y en los programas políticos con-
cretos que apostaban a una transformación radical de las condiciones de exis-
tencia.

10 Masotta 2004.
11 Davis 2009a: 283-298.
 
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