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Vanguardia y revolución como ideas-fuerza en el arte argentino

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Antonio Gades) sobre un gran bastidor en blanco y traza su silueta, con pintura
negra. Aveces deja solo ese mínimo e impreciso dibujo del contomo del cuerpo
que antes estuvo allí, otras veces cubre con pintura negra el resto de la tela. Lo
que queda en ésta, luego de retirada la persona y deshecha la situación, es ape-
nas una huella imprecisa que remite a esa presencia fantasmagórica que, aun-
que ya no esté allí, respira en el más allá de la pintura.
Estas experiencias ponen en cuestión la idea misma de obra de arte como
era entendida convencionalmente por entonces. Las “cosas” que empieza a pro-
ducir desde 1961 Rubén Santantonín, expuestas por primera vez también en
Lirolay ese mismo año, son claras señales de este tránsito: especie de visce-
ras orgánicas, tubérculos, asteroides ingrávidos, enigmáticas presencias hechas
con materiales precarios (yeso, tela, alambres, papeles y cartones) abollados,
amarrados y pintados, con los que el artista satura los espacios de exhibi-
ción colgándolos a la altura de la cabeza de los espectadores -a quienes llama
“mirones”-, trastornando las condiciones de circulación y contemplación tra-
dicionales. Santantonín elude deliberadamente la categoría de “obra”, al decla-
rar: “No pretendo unir pintura con escultura. Trato de colocarme lejos de estas
dos disciplinas en cuanto pueden ser método, sistema, medio. Creo que hago
cosas".21 Cosas: su carácter inclasificable e inaudito desarma no solo el estatu-
to de la obra sino incluso las fronteras del arte.
En 1963 las “esculto-pinturas”22 -al decir de Germaine Derbecq- que Pe-
ralta Ramos exhibió en Lirolay también apuntaron a impugnar las separaciones
establecidas entre las disciplinas. Un año más tarde, el artista expuso en la ga-
lería Witcomb obras de grandes dimensiones que superaban la escala humana,
con formas irregulares y abultadas, pronunciados empastes que formaban “ma-
zacotes de color”.23 “Eran los cuadros más pesados del mundo”, señaló Peralta
Ramos, “no se pudieron colgar y hubo que apoyarlos contra las paredes”.24 Su
irreverencia hacia el arte lo llevó a serruchar, sin vacilación, un enorme cuadro
que no pasaba por la puerta de la galería. Mientras montaba su exposición, los
empastes de pintura, que no habían secado totalmente, empezaron a desplazar-
se, circunstancia que Peralta Ramos decidió aprovechar como parte de su obra:
“Se empezaron a caer pastas enormes de pintura fresca en forma de boas que
avanzaban por los pisos de Witcomb. La crítica la denominó pintura móvil".25

21 Santantonín 1961.
22 Taricco 2003: 51.
23 Taricco 2003: 51.
24 Taricco 2003: 51.
25 Peralta Ramos 1983.
 
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