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Mariana Marchesi

de Sistemas I, en junio de 1971, la exposición donde Glusberg buscó trazar una
línea de identificación entre las producciones locales e internacionales ligadas
al arte conceptual, se hizo tangible la necesidad de generar una instancia de dis-
cusión y de creación desde donde se diera forma a esa iniciativa. El objetivo:
proveer a los artistas de un bagaje científico para que, en sus trabajos, pudieran
conectarlo con las problemáticas de su entorno.
Según señalaba Glusberg, el breve encuentro de seis horas entre algunos
artistas y el dramaturgo polaco Jerzy Grotowski, bastó para sembrar el ger-
men del Grupo de los Trece, que luego de algunas idas y vueltas quedó con-
formado por Jacques Bedel, Luis Fernando Benedit, Gregorio Dujovny, Carlos
Ginzburg, Jorge Glusberg, Jorge González Mir, Víctor Grippo, Vicente Maro-
tta, Luis Pazos, Alfredo Portillos, Juan Carlos Romero, Julio Teich y Horacio
Zabala.
El método del taller laboratorio fue la idea rectora que guió la dinámica
de trabajo junto con varias otras formulaciones grotowskianas que comenzaron
a resonar en las prácticas del grupo: generar el acto creativo a partir de un mí-
nimo de recursos (teatro pobre), la idea de libertad como última instancia del
acto creador (aunque, como veremos, aquí podríamos establecer algunas dife-
rencias), o la fuerte impronta interdisciplinaria.
Años más tarde, Glusberg explicaba cómo veía en sus postulados una es-
trecha relación del Teatro Pobre con las vanguardias estéticas de los años sesen-
ta y setenta “[...] que ven en el arte un medio de conocimiento y participación,
un espejo del ámbito social donde viven”.13 El teatro pobre, cuyo fundamento
radicaba en la actuación, en el cuerpo y la voz despojados de todo otro elemen-
to externo, establecía también una relación directa con las prácticas performá-
ticas, una de las tendencias experimentales que Glusberg intentó promover en
la escena local.
Otra figura central en esta primera etapa del Grupo de los Trece fue Da-
vid Cooper, propulsor de la antipsiquiatría, una corriente que en aquellos años
se alineaba (con una radical impugnación del saber psiquiátrico) a los distintos
modelos que se proponían contra las estructuras hegemónicas. En este gesto ra-
dicaba uno de los temas preponderantes que inundaban los estudios y las prác-
ticas sociales: el cuestionamiento a las instituciones como espacios de ejercicio
de poder opresivo y asimétrico. Si, como postulaba la antipsiquiatría, la locu-
ra y la psicosis eran producto de la sociedad capitalista, la liberación del po-
der psiquiátrico era, en definitiva, una liberación social y en su manifestación,
expresión extrema, revolucionaria. Desde esta perspectiva, sus propuestas se

Glusberg 1985: 129.
 
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