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124 ANNA WENDORFF



Evidentemente, la estética postula a la ilustracion hoy por hoy otros de-
rroteros menos gráficos y mucho menos vinculados a la imagen degradada de
lo publicitario. Y aquí, queremos vincularlo a una relación más particular que
se establece en la construcción de relaciones estético-plástico-literarias que se
ejercen en la literatura para niños. Explicado de otro modo, las relaciones sur-
gen entre ilustración, imagen y texto escrito en un libro destinado a niños o in-
clusive en uno destinado a adultos. Aunque la diferencia estribe en que el sen-
tido de uno y otro no es el mismo. En un texto para niños hay dos condiciones
previas que aparecen: por un lado la ilustración, la cual adquiere de pronto un
carácter vehicular, de transporte; y por otro lado, cada vez más se acerca a un
hecho estético de “alto calibre” en el contexto del propio diseño gráfico. Di-
cho de otro modo, la ilustración hoy por hoy, no cumple como inicialmente fue
su primaria y mera función de ser “ilustrativa” o en todo caso “dibujativa”. Es
cierto que si hacemos referencia histórica a la relación entre el libro y el dibu-
jo, especialmente en los libros para niños o inclusive aún más en otro tipo de li-
bros, éste sólo era portador de una voz duplicadora de los propios procedimien-
tos y mecanismos de la narración. Es así que el “dibujo” contaba lo que estaba
ausente de los diálogos o era imposible incluir en ellos, es decir la descripción
del paisaje o del ambiente, los sentimientos de los personajes, etc. El dibujo
se daba a la creación de una atmósfera, que a falta de un texto narrativo, la su-
plía lo gráfico, lo ilustrativo. Hay muchos ejemplos de ello, y además coloca-
dos en textos que su divulgación tenía por principio, en una mayoría de casos,
la simplificación del acto propio de la escritura. La sustitución de lo escrito por
la imagen significó así inicialmente un acto de simplificación literaria, pero a la
vez un “engrosamiento” de lo visual. Verbigracia de este principio, libros tales
como “Corazón” de Edmundo De Amicis, “Mujercitas” de Louisa May Alcott
o “El príncipe valiente” de Harold Foster. Sin embargo, pronto abandonaría esa
función meramente mediadora y se desarrollaría como un arte propio y relacio-
nado con otro segmento, es decir el libro y su texto.

[Fig. 1. Ilustración de «Corazón» de
Edmundo De Amicis.]


 
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