A mediados del siglo xiv, la noble estirpe de los Mendozas,
oriunda del suelo alavés, domicilióse en Guadalajara, y del enlace
de su progenitor D. Gonzalo Yanez, montero mayor de Alfonso XI,
con D.* Juana Fernández de Orozco, señora de Bqitrago y de Hita,
nace la casa del Infantado, que dio el mayor lustre a la villa, enri-
queciéndola con el mejor y más duradero monumento de su poderío.
Llevó a su apogeo la gloria y pujanza de los Mendozas, y al paso la
de Guadalajara, D. Iñigo López, famoso marqués de Santillana, pri-
mero de este título a quién la posteridad, confirmando el juicio de
sus contemporáneos, ha conservado los del poeta, sabio, político y
guerrero. A favor de su primogénito don Diego crearon los Reyes
Católicos, en 1475, el titulo de Duque del Infantado, y desde enton-
ces la historia de la ciudad está identificada con la de esta opulenta
casa. Estos mismos Reyes la visitaron por tres veces y en ella des-
cansó algunos días, en 1525, Francisco I de Francia, que era trasla-
dado a Madrid como prisionero de Carlos V, en Pavía. Fué alojado
y obsequiado en Guadalajara el monarca francés, por el tercer Duque
del Infantado con tanta pompa y suntuosidad que el regio prisionero
cifró la mayor grandeza del Emperador Carlos en tener tal vasallo
y Ciudad poblada de nobleza como aquella.
En tiempo del segundo Duque y al terminar el siglo xv, fué
cuando se levantó el suntuoso Palacio digno de la grandeza de
tales dueños y moradores. Su fachada, su monumental patio, sus
salones y galerías, ostentan caprichosos atrevimientos en que los
últimos alardes del gótico se dan la mano con los primeros ensayos
del renacimiento y en los que descarriada la fantasía busca nuevas
formas de belleza. La fachada, sembrada de hileras de cabezas de
clavos triangulares, ostenta la rica puerta materialmente bordada
de arabescos góticos sobre fondo de jaqueles. El patio cuadrilongo
es de conjuuto admirable: tiene dos órdenes de galerías de siete
arcadas a lo largo y cinco a lo ancho, que aplanadas y compuestas
de varias curvas y rompimientos, estriban en el primer cuerpo sobre
sencillas columnas dóricas, y en el segundo, sobre pilares de mol-
duras y follajes retorcidos en espiral, ceñidos en su mitad y en su
remate de ingeniosa guirnalda. Da vuelta a la galería superior un
antepecho de puro diseño gótico y sobre las columnas alternan los
escudos de Mendoza y Luna, con águilas o grifos por cimera de su
casco.
Fué arquitecto de esta obra Juan Guas, que ayudado de su her-
mano Enrique, legó a la historia del arte este monumental Palacio,
que no guarda relación alguna con la bellísima y elegante fábrica
de San Juan de los Reyes de Toledo, obra del mismo autor.
En las salas del Palacio del Infantado, es de admirar principal-
e
oriunda del suelo alavés, domicilióse en Guadalajara, y del enlace
de su progenitor D. Gonzalo Yanez, montero mayor de Alfonso XI,
con D.* Juana Fernández de Orozco, señora de Bqitrago y de Hita,
nace la casa del Infantado, que dio el mayor lustre a la villa, enri-
queciéndola con el mejor y más duradero monumento de su poderío.
Llevó a su apogeo la gloria y pujanza de los Mendozas, y al paso la
de Guadalajara, D. Iñigo López, famoso marqués de Santillana, pri-
mero de este título a quién la posteridad, confirmando el juicio de
sus contemporáneos, ha conservado los del poeta, sabio, político y
guerrero. A favor de su primogénito don Diego crearon los Reyes
Católicos, en 1475, el titulo de Duque del Infantado, y desde enton-
ces la historia de la ciudad está identificada con la de esta opulenta
casa. Estos mismos Reyes la visitaron por tres veces y en ella des-
cansó algunos días, en 1525, Francisco I de Francia, que era trasla-
dado a Madrid como prisionero de Carlos V, en Pavía. Fué alojado
y obsequiado en Guadalajara el monarca francés, por el tercer Duque
del Infantado con tanta pompa y suntuosidad que el regio prisionero
cifró la mayor grandeza del Emperador Carlos en tener tal vasallo
y Ciudad poblada de nobleza como aquella.
En tiempo del segundo Duque y al terminar el siglo xv, fué
cuando se levantó el suntuoso Palacio digno de la grandeza de
tales dueños y moradores. Su fachada, su monumental patio, sus
salones y galerías, ostentan caprichosos atrevimientos en que los
últimos alardes del gótico se dan la mano con los primeros ensayos
del renacimiento y en los que descarriada la fantasía busca nuevas
formas de belleza. La fachada, sembrada de hileras de cabezas de
clavos triangulares, ostenta la rica puerta materialmente bordada
de arabescos góticos sobre fondo de jaqueles. El patio cuadrilongo
es de conjuuto admirable: tiene dos órdenes de galerías de siete
arcadas a lo largo y cinco a lo ancho, que aplanadas y compuestas
de varias curvas y rompimientos, estriban en el primer cuerpo sobre
sencillas columnas dóricas, y en el segundo, sobre pilares de mol-
duras y follajes retorcidos en espiral, ceñidos en su mitad y en su
remate de ingeniosa guirnalda. Da vuelta a la galería superior un
antepecho de puro diseño gótico y sobre las columnas alternan los
escudos de Mendoza y Luna, con águilas o grifos por cimera de su
casco.
Fué arquitecto de esta obra Juan Guas, que ayudado de su her-
mano Enrique, legó a la historia del arte este monumental Palacio,
que no guarda relación alguna con la bellísima y elegante fábrica
de San Juan de los Reyes de Toledo, obra del mismo autor.
En las salas del Palacio del Infantado, es de admirar principal-
e