RiTUALIZAR LA MUERTE
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Dicha marginalidad es la que recupera Portillos al colocar las cruces de
cañas de forma torcida -o corrida-, en alusión a la diferenciación en los entie-
rros colectivos forzados de los pueblos indígenas, como en el grupo cultural de
los Quilmes, en cuanto al recurso visual utilizado por el conquistador para dis-
tinguir selectivamente un muerto común (Indio) de la sepultura del verdadero
cristiano.
La intención de invertir y reponer un signo visual tradicional y dogmáti-
co como las cruces mortuorias, produce una rebeldía de los símbolos que sitúa
la obra de Alfredo Portillos en un horizonte propio de sentido que sigue inda-
gando -de manera incisiva- sobre las posibles maneras de pensar las identida-
des en América Latina.
La selección de una última pieza ritual nos lleva a analizar la experiencia
del “Altar de Difuntos” realizado en el espacio cultural Barraca Vorticista en
paralelo al trabajo de otros artistas para el 2 de noviembre de 2008.
Ese altar fue en conmemoración de la última compañera del artista, aun-
que contaba con imágenes y fotos de otros seres queridos. Allí el público po-
día compartir las imágenes que había llevado de sus muertos, las fotos, los mu-
ñequitos de pan, las frutas, el vino y la bebida para brindar por la memoria de
nuestros muertos. En un momento de la noche, Portillos ofrendó unas palabras
a los que todavía merodeaban ese otro tiempo entre los difuntos, y dijo: “los
restos de comida y bebida me los llevo y hago otro ritual, porque esto ya no es
arte, esto es otra cosa...”.
La posibilidad de pensar esas “otras cosas” que desbordan los límites au-
tonómicos del arte son las condiciones fundamentales que permiten vislumbrar
que algún sentido de lo artístico vuelva a formar parte de la fragua de la vida.
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Dicha marginalidad es la que recupera Portillos al colocar las cruces de
cañas de forma torcida -o corrida-, en alusión a la diferenciación en los entie-
rros colectivos forzados de los pueblos indígenas, como en el grupo cultural de
los Quilmes, en cuanto al recurso visual utilizado por el conquistador para dis-
tinguir selectivamente un muerto común (Indio) de la sepultura del verdadero
cristiano.
La intención de invertir y reponer un signo visual tradicional y dogmáti-
co como las cruces mortuorias, produce una rebeldía de los símbolos que sitúa
la obra de Alfredo Portillos en un horizonte propio de sentido que sigue inda-
gando -de manera incisiva- sobre las posibles maneras de pensar las identida-
des en América Latina.
La selección de una última pieza ritual nos lleva a analizar la experiencia
del “Altar de Difuntos” realizado en el espacio cultural Barraca Vorticista en
paralelo al trabajo de otros artistas para el 2 de noviembre de 2008.
Ese altar fue en conmemoración de la última compañera del artista, aun-
que contaba con imágenes y fotos de otros seres queridos. Allí el público po-
día compartir las imágenes que había llevado de sus muertos, las fotos, los mu-
ñequitos de pan, las frutas, el vino y la bebida para brindar por la memoria de
nuestros muertos. En un momento de la noche, Portillos ofrendó unas palabras
a los que todavía merodeaban ese otro tiempo entre los difuntos, y dijo: “los
restos de comida y bebida me los llevo y hago otro ritual, porque esto ya no es
arte, esto es otra cosa...”.
La posibilidad de pensar esas “otras cosas” que desbordan los límites au-
tonómicos del arte son las condiciones fundamentales que permiten vislumbrar
que algún sentido de lo artístico vuelva a formar parte de la fragua de la vida.