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Ricardo González
Como vimos, las cofradías devocionales solían complementar su activi-
dad litúrgica con programas de asistencia social dirigidos fuera del ámbito de
la hermandad, en el que la asistencia a los hermanos necesitados y los servi-
cios enterratorios eran prácticamente universales. En el siglo XVIII esta acción
caritativa se volcó mayormente al rescate de almas del purgatorio: la de Dolo-
res (Catedral), San Baltasar (la Piedad), Cristo del Perdón (San Nicolás), Áni-
mas del Socorro (el Socorro), Ánimas del Purgatorio (Montserrat) y Ánimas
del Campo Santo (San Pedro González Telmo), estaban dedicadas a ese fin. La
Hermandad de la Santa Caridad completa el cuadro de las cofradías caritativas
con los variados servicios que mencionamos.
Las penitenciales implementaban la flagelación u otras acciones de peni-
tencia. La de la Vera Cruz estaba dedicada, como sus homónimas peninsulares,
a la rememoración del “Vía Crucis” durante la Semana Santa mediante una pro-
cesión de autoflagelantes enfundados en túnicas blancas que eran profusamente
manchadas con la sangre producida por el castigo. También las terceras órde-
nes, que constituían un grupo muy activo y difundido, realizaban ejercicios de
disciplina y la mercedaria se imponía además, siguiendo la tradición de la pri-
mera orden, el rescate de cautivos (de los indios) y la alimentación de los pre-
sos, que se realizaba simbólicamente una vez al año.
En relación con el origen de los hermanos parece probable que existieran
en el siglo XVII en Buenos Aires unas cuantas cofradías correspondientes a ofi-
cios. La inexistencia de corporaciones gremiales en la ciudad excluye la posibi-
lidad de cofradías de ese tipo en un sentido estricto si bien esto no impidió que
se reuniesen en una confraternidad miembros de una misma actividad sin cons-
tituir formalmente un gremio. Los plateros, devotos de San Eloy establecidos
en Santa Catalina, constituyeron el modelo, aunque separaban claramente la
actividad de la confraternidad (religiosa) de la del gremio (de regulación labo-
ral)39. Dos de los tres santos titulares que conocemos por la primera nómina de
cofradías porteñas que no corresponden a advocaciones de la Virgen o a Cristo
eran patronos de oficios comunes en la ciudad, coincidencia sugestiva: San Se-
bastián de los militares y San Telmo de los navegantes, al igual que los santos
Crispin y Crispiniano, patronos de los zapateros registrados como titulares de
una cofradía en 167940. En el siglo siguiente se mencionan “cofradías de solda-
dos” y de “artilleros”, las que deben entenderse indudablemente como asocia-
ciones de culto ligadas a profesiones, con las salvedades señaladas. También de
tercios militares regionales españoles parecen haber sido las cofradías de galle-
gos, catalanes y asturianos asentadas en la ex-iglesia jesuítica hacia 1795.
39 Márquez Miranda 1933.
40 Ribera y Schenone 1948: 132.
Ricardo González
Como vimos, las cofradías devocionales solían complementar su activi-
dad litúrgica con programas de asistencia social dirigidos fuera del ámbito de
la hermandad, en el que la asistencia a los hermanos necesitados y los servi-
cios enterratorios eran prácticamente universales. En el siglo XVIII esta acción
caritativa se volcó mayormente al rescate de almas del purgatorio: la de Dolo-
res (Catedral), San Baltasar (la Piedad), Cristo del Perdón (San Nicolás), Áni-
mas del Socorro (el Socorro), Ánimas del Purgatorio (Montserrat) y Ánimas
del Campo Santo (San Pedro González Telmo), estaban dedicadas a ese fin. La
Hermandad de la Santa Caridad completa el cuadro de las cofradías caritativas
con los variados servicios que mencionamos.
Las penitenciales implementaban la flagelación u otras acciones de peni-
tencia. La de la Vera Cruz estaba dedicada, como sus homónimas peninsulares,
a la rememoración del “Vía Crucis” durante la Semana Santa mediante una pro-
cesión de autoflagelantes enfundados en túnicas blancas que eran profusamente
manchadas con la sangre producida por el castigo. También las terceras órde-
nes, que constituían un grupo muy activo y difundido, realizaban ejercicios de
disciplina y la mercedaria se imponía además, siguiendo la tradición de la pri-
mera orden, el rescate de cautivos (de los indios) y la alimentación de los pre-
sos, que se realizaba simbólicamente una vez al año.
En relación con el origen de los hermanos parece probable que existieran
en el siglo XVII en Buenos Aires unas cuantas cofradías correspondientes a ofi-
cios. La inexistencia de corporaciones gremiales en la ciudad excluye la posibi-
lidad de cofradías de ese tipo en un sentido estricto si bien esto no impidió que
se reuniesen en una confraternidad miembros de una misma actividad sin cons-
tituir formalmente un gremio. Los plateros, devotos de San Eloy establecidos
en Santa Catalina, constituyeron el modelo, aunque separaban claramente la
actividad de la confraternidad (religiosa) de la del gremio (de regulación labo-
ral)39. Dos de los tres santos titulares que conocemos por la primera nómina de
cofradías porteñas que no corresponden a advocaciones de la Virgen o a Cristo
eran patronos de oficios comunes en la ciudad, coincidencia sugestiva: San Se-
bastián de los militares y San Telmo de los navegantes, al igual que los santos
Crispin y Crispiniano, patronos de los zapateros registrados como titulares de
una cofradía en 167940. En el siglo siguiente se mencionan “cofradías de solda-
dos” y de “artilleros”, las que deben entenderse indudablemente como asocia-
ciones de culto ligadas a profesiones, con las salvedades señaladas. También de
tercios militares regionales españoles parecen haber sido las cofradías de galle-
gos, catalanes y asturianos asentadas en la ex-iglesia jesuítica hacia 1795.
39 Márquez Miranda 1933.
40 Ribera y Schenone 1948: 132.