LIBRO PRIMERO, CAP. III.
33
gun refiere Plinio) que llamaba, á la escultura hija
de la plástica, la cual como hemos visto es hija de
la Pintura. Presupuesto pues el tan estrecho deudo
de estas dos artes, no será apasionada la contienda á
que daremos este capítulo. No es mi intento en él
definir ó sentenciar cuál de las dos artes, la pintura
ó escultura, sea más grande y excelente, ni mi pre-
sunción llega á sentenciar cosa, que tantos y tan doc-
tos hombres (puesto que han dado vivas razones de
ambas partes) han dejado pendiente. Ni tampoco me
debo contentar con la definición que atribuyen á
Miguel Angel (sea admitido con el respeto que se
debe á tan ilustre varón) en que igualó la escultura,
pintura y arquitectura con tres círculos iguales que
tocaban en un punto; porque es muy puesto en ra-
zón mostrar cómo debe la pintura ser preferida, ade-
más que me corre obligación á defender esta vez su
causa como hijo suyo. Pero porque no parezca que
juego las armas solo, sin atender á repararme, pon-
dré á la vista de todos las razones que he hallado
en favor de la escultura, en los autores que yo he
visto, y las que he oido á escultores valientes, con-
tendiendo con pintores en defensa de su facultad, y
las respuestas de ellas manifestará la grandeza de
nuestra arte, con la brevedad posible, por pasar á
cosas mayores.
La primera razón que en favor de la escultura
pone el Vasari en el proemio de sus obras, y ponen
otros autores para probar su nobleza y antigüedad,
es decir, que Dios fué el primero que la ejercitó,
formando al primer hombre; y por cuanto en el ca-
pítulo pasado hemos respondido á esto asaz, mos-
Plm. ¡ib. 35,
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gun refiere Plinio) que llamaba, á la escultura hija
de la plástica, la cual como hemos visto es hija de
la Pintura. Presupuesto pues el tan estrecho deudo
de estas dos artes, no será apasionada la contienda á
que daremos este capítulo. No es mi intento en él
definir ó sentenciar cuál de las dos artes, la pintura
ó escultura, sea más grande y excelente, ni mi pre-
sunción llega á sentenciar cosa, que tantos y tan doc-
tos hombres (puesto que han dado vivas razones de
ambas partes) han dejado pendiente. Ni tampoco me
debo contentar con la definición que atribuyen á
Miguel Angel (sea admitido con el respeto que se
debe á tan ilustre varón) en que igualó la escultura,
pintura y arquitectura con tres círculos iguales que
tocaban en un punto; porque es muy puesto en ra-
zón mostrar cómo debe la pintura ser preferida, ade-
más que me corre obligación á defender esta vez su
causa como hijo suyo. Pero porque no parezca que
juego las armas solo, sin atender á repararme, pon-
dré á la vista de todos las razones que he hallado
en favor de la escultura, en los autores que yo he
visto, y las que he oido á escultores valientes, con-
tendiendo con pintores en defensa de su facultad, y
las respuestas de ellas manifestará la grandeza de
nuestra arte, con la brevedad posible, por pasar á
cosas mayores.
La primera razón que en favor de la escultura
pone el Vasari en el proemio de sus obras, y ponen
otros autores para probar su nobleza y antigüedad,
es decir, que Dios fué el primero que la ejercitó,
formando al primer hombre; y por cuanto en el ca-
pítulo pasado hemos respondido á esto asaz, mos-
Plm. ¡ib. 35,