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Ricardo González
tas de sus amos blancos, quienes a su vez estimulaban este hecho financiando
o prestando sus capillas a las hermandades de morenos. Cada una de las igle-
sias conventuales - salvo la de los jesuítas - conformaba un universo social in-
tegrado.
A partir de 1750 se forman también varias hermandades de blancos de
diferentes características. La de Dolores en la Catedral reunía a los más ri-
cos comerciantes de la ciudad27, pero este criterio de afinidad social no ex-
cluye otros, relacionados con el crecimiento y la diversidad de la población,
o con la afinidad regional. En 1746 los catalanes fundan en Santa Catalina la
cofradía de Nuestra Señora de Montserrat28, trasladada luego a su propia igle-
sia, y diez años después los vascos hacen lo mismo al dar origen a la herman-
dad de Nuestra Señora de Aranzazu en el templo franciscano29. A fines de siglo,
una hermandad de gallegos (1795)30, otra de catalanes31 (1795) y una de astu-
rianos (1804)32 se asientan en la iglesia de San Ignacio (que fuera de los jesuí-
tas) y completan el panorama de cofradías regionales españolas en la ciudad.
Esta afinidad regional existía en otros circuitos de la sociedad colonial, particu-
larmente en el comercio, en el que el proceso de formación, integración y aso-
ciación de miembros pasaba en buena parte por lazos familiares y casamien-
tos, pero también en la conformación de los tercios militares, que parecen haber
sido el origen de las confraternidades mencionadas. Aunque un estudio de las
relaciones entre los lazos religiosos y los comerciales excede los propósitos de
este marco histórico, su existencia es sin duda una hipótesis sumamente verosí-
mil que merecería investigación.
El último conjunto de cofradías que se incorporan a la ciudad es el cons-
tituido por hermandades que podríamos llamar “barriales”, resultado de (1) la
extensión de la ciudad con barrios periféricos que hizo más largas las distancias
al centro y generó identidades locales y (2) la materialización en 1769 del pro-
yecto de división parroquial, producto del mismo proceso que tenía anteceden-
tes en la creación de las “ayudas de parroquia” desde la década del 1730. Cuan-
do el obispo de la Torre da forma definitiva a la división surgen nuevas iglesias
en las que se asentarán hermandades de vecinos: los templos de la Piedad, el
Socorro, San Nicolás, la Concepción y la iglesia de San Pedro Telmo, que no
era parroquial pero estaba situada en el suburbio del Alto de San Pedro, recibi-
rán pedidos de asentamientos. La composición social de estas hermandades que
27 AGN, MBN, nro., 6608: 2.
28 Avellá 1969: 77.
29 AFBA 1756: 84.
30 Schenone 1951: 96-97.
31 AGN, S. IX, 19.7.7: doc. 249.
32 AGN, S. XIII, 15.2.2: año 1797.
Ricardo González
tas de sus amos blancos, quienes a su vez estimulaban este hecho financiando
o prestando sus capillas a las hermandades de morenos. Cada una de las igle-
sias conventuales - salvo la de los jesuítas - conformaba un universo social in-
tegrado.
A partir de 1750 se forman también varias hermandades de blancos de
diferentes características. La de Dolores en la Catedral reunía a los más ri-
cos comerciantes de la ciudad27, pero este criterio de afinidad social no ex-
cluye otros, relacionados con el crecimiento y la diversidad de la población,
o con la afinidad regional. En 1746 los catalanes fundan en Santa Catalina la
cofradía de Nuestra Señora de Montserrat28, trasladada luego a su propia igle-
sia, y diez años después los vascos hacen lo mismo al dar origen a la herman-
dad de Nuestra Señora de Aranzazu en el templo franciscano29. A fines de siglo,
una hermandad de gallegos (1795)30, otra de catalanes31 (1795) y una de astu-
rianos (1804)32 se asientan en la iglesia de San Ignacio (que fuera de los jesuí-
tas) y completan el panorama de cofradías regionales españolas en la ciudad.
Esta afinidad regional existía en otros circuitos de la sociedad colonial, particu-
larmente en el comercio, en el que el proceso de formación, integración y aso-
ciación de miembros pasaba en buena parte por lazos familiares y casamien-
tos, pero también en la conformación de los tercios militares, que parecen haber
sido el origen de las confraternidades mencionadas. Aunque un estudio de las
relaciones entre los lazos religiosos y los comerciales excede los propósitos de
este marco histórico, su existencia es sin duda una hipótesis sumamente verosí-
mil que merecería investigación.
El último conjunto de cofradías que se incorporan a la ciudad es el cons-
tituido por hermandades que podríamos llamar “barriales”, resultado de (1) la
extensión de la ciudad con barrios periféricos que hizo más largas las distancias
al centro y generó identidades locales y (2) la materialización en 1769 del pro-
yecto de división parroquial, producto del mismo proceso que tenía anteceden-
tes en la creación de las “ayudas de parroquia” desde la década del 1730. Cuan-
do el obispo de la Torre da forma definitiva a la división surgen nuevas iglesias
en las que se asentarán hermandades de vecinos: los templos de la Piedad, el
Socorro, San Nicolás, la Concepción y la iglesia de San Pedro Telmo, que no
era parroquial pero estaba situada en el suburbio del Alto de San Pedro, recibi-
rán pedidos de asentamientos. La composición social de estas hermandades que
27 AGN, MBN, nro., 6608: 2.
28 Avellá 1969: 77.
29 AFBA 1756: 84.
30 Schenone 1951: 96-97.
31 AGN, S. IX, 19.7.7: doc. 249.
32 AGN, S. XIII, 15.2.2: año 1797.