Las jícaras en el camino sagrado de los jóvenes iniciados Huicholes
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de Jalisco. En este lugar de aguas maduras dejan más plegarias por las lluvias
abundantes y agradecen por todos los beneficios recibidos. Postrados con reve-
rencia ante esa gran jicara del lago, los peregrinos depositan una vez más sus
rezos y sus ofrendas para las madres protectoras del maíz y de las cosechas: las
jícaras, representando las aguas de la laguna; las flechas, representando los ra-
yos del cielo; las veladoras, representando el fuego.
Fig. 7a-d. Los peregrinos preparan sus ofrendas de veladoras y jícaras, repartiendo ben-
diciones entre sus familiares y acompañantes. Fot. J.A. Mrożek, marzo 2017.
Así van y regresan a sus comunidades durante año tras año (fig. 6). En sus pue-
blos, caseríos y rancherías siguen con rituales, ceremonias, cacerías de venado,
danzas y fiestas dedicadas a cada momento del ciclo solar, cada etapa del cul-
tivo de la milpa, cada momento crucial de la vida familiar. Acá se mezclan, se
entrelazan y se vuelven inseparables los elementos individuales y personales,
comunitarios y sociales con ingredientes simbólicos cargados de fuerza y senti-
do de herencia universal, traídos desde los sitios sagrados lejanos.
Aquí termina y aquí vuelve a iniciar el eterno camino del matewame, “el
que no sabe, pero que va a saber”. La Abuela Vieja, la que en algún momento
recibe todo lo que ha pasado por su ciclo de vida, la terrible y temible Nakawe
recibirá la muerte para entregarla a la Abuela Takutsi, para transformarla en
vida. Las dos van a esperar a otros jóvenes Huicholes, con quienes reiniciar la
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de Jalisco. En este lugar de aguas maduras dejan más plegarias por las lluvias
abundantes y agradecen por todos los beneficios recibidos. Postrados con reve-
rencia ante esa gran jicara del lago, los peregrinos depositan una vez más sus
rezos y sus ofrendas para las madres protectoras del maíz y de las cosechas: las
jícaras, representando las aguas de la laguna; las flechas, representando los ra-
yos del cielo; las veladoras, representando el fuego.
Fig. 7a-d. Los peregrinos preparan sus ofrendas de veladoras y jícaras, repartiendo ben-
diciones entre sus familiares y acompañantes. Fot. J.A. Mrożek, marzo 2017.
Así van y regresan a sus comunidades durante año tras año (fig. 6). En sus pue-
blos, caseríos y rancherías siguen con rituales, ceremonias, cacerías de venado,
danzas y fiestas dedicadas a cada momento del ciclo solar, cada etapa del cul-
tivo de la milpa, cada momento crucial de la vida familiar. Acá se mezclan, se
entrelazan y se vuelven inseparables los elementos individuales y personales,
comunitarios y sociales con ingredientes simbólicos cargados de fuerza y senti-
do de herencia universal, traídos desde los sitios sagrados lejanos.
Aquí termina y aquí vuelve a iniciar el eterno camino del matewame, “el
que no sabe, pero que va a saber”. La Abuela Vieja, la que en algún momento
recibe todo lo que ha pasado por su ciclo de vida, la terrible y temible Nakawe
recibirá la muerte para entregarla a la Abuela Takutsi, para transformarla en
vida. Las dos van a esperar a otros jóvenes Huicholes, con quienes reiniciar la