LA í> ÍNTÜRA ALEMANA
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muchas manifestaciones democráticas de la pintura
del país son comparables a sus singulares aires po-
pulares.
Claro está que la Pintura alemana logra desarrollar
un vigor extraordinario en aquellas épocas en que el
elemento espiritual, unido con el naturalismo román-
tico, está a la orden del día. De todos modos, consig-
nemos aquí una restricción. La Pintura alemana no ha
mostrado el orgullo de manifestarse abriendo nuevos
caminos; más bien se la observa a menudo saturada de
un carácter conservador, tal como ocurre con la Pintura
española. No aporta nunca exclusivamente beneficios al
arte produciendo revoluciones en el mismo, introduciendo
innovaciones o cambiando el orden de cosas establecido,
sino que con la ganancia de uno resta mucho a los
demás. Así, pues, la Pintura alemana, sobre todo en
el siglo xv, sólo vacilando se decidió a abandonar su
esplritualismo y a seguir un naturalismo, que únicamente
aspiraba a interpretarlos aspectos externos del universo,
y todavía menos se sujetó a las tendencias formales
italianas. De aquí que, por ley natural, la Pintura ale-
mana casi amenazó desaparecer cuando un gran nú-
mero de pintores del país, la mayor parte esforzándose
vanamente, se arrojaron en brazos del Pienacimiento
italiano. Estos decenios del siglo xvi fueron para la
Pintura alemana, como ya se hizo observar en otro lu-
gar, de las más trágicas consecuencias.
La naturaleza íntima de la Pintura alemana, como
de todo el arte alemán en conjunto, se expresa tanto
en la manera pictórica como en el formato. La pintura
mural, como arte monumental auténtico, sólo ha repre-
sentado en Alemania un papel de tercer orden. En cam-
bio, durante la alta Edad Media, el altar portátil experi-
mentó un perfeccionamiento : el retablo, el cual es com-
parable a un gran libro ilustrado, a un códice gigantesco.
A esta labor se añadió el cultivo de las pequeñas ilus-
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muchas manifestaciones democráticas de la pintura
del país son comparables a sus singulares aires po-
pulares.
Claro está que la Pintura alemana logra desarrollar
un vigor extraordinario en aquellas épocas en que el
elemento espiritual, unido con el naturalismo román-
tico, está a la orden del día. De todos modos, consig-
nemos aquí una restricción. La Pintura alemana no ha
mostrado el orgullo de manifestarse abriendo nuevos
caminos; más bien se la observa a menudo saturada de
un carácter conservador, tal como ocurre con la Pintura
española. No aporta nunca exclusivamente beneficios al
arte produciendo revoluciones en el mismo, introduciendo
innovaciones o cambiando el orden de cosas establecido,
sino que con la ganancia de uno resta mucho a los
demás. Así, pues, la Pintura alemana, sobre todo en
el siglo xv, sólo vacilando se decidió a abandonar su
esplritualismo y a seguir un naturalismo, que únicamente
aspiraba a interpretarlos aspectos externos del universo,
y todavía menos se sujetó a las tendencias formales
italianas. De aquí que, por ley natural, la Pintura ale-
mana casi amenazó desaparecer cuando un gran nú-
mero de pintores del país, la mayor parte esforzándose
vanamente, se arrojaron en brazos del Pienacimiento
italiano. Estos decenios del siglo xvi fueron para la
Pintura alemana, como ya se hizo observar en otro lu-
gar, de las más trágicas consecuencias.
La naturaleza íntima de la Pintura alemana, como
de todo el arte alemán en conjunto, se expresa tanto
en la manera pictórica como en el formato. La pintura
mural, como arte monumental auténtico, sólo ha repre-
sentado en Alemania un papel de tercer orden. En cam-
bio, durante la alta Edad Media, el altar portátil experi-
mentó un perfeccionamiento : el retablo, el cual es com-
parable a un gran libro ilustrado, a un códice gigantesco.
A esta labor se añadió el cultivo de las pequeñas ilus-