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LA PINTURA ALEMANA

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un emparrado. Así como en el gran taller los retratos
de príncipes y de los grandes reformadores fueron co-
piados a docenas, del mismo modo lo fueron las com-
posiciones. Después de Schongauer y de Durero puede
considerarse a Cranach como uno de los más grandes
creadores de tipos. Sus interpretaciones de Cristo
amigo de los niños, y de Cristo y la Adúltera, sus
representativas pinturas de Salomé, su incomparable
pareja amorosa, la del viejo lascivo y la muchacha
(tal vez la mejor interpretación la de Budapest, 1522),
su cuadro representando a Venus y otras representa-
ciones mitológicas (lám. XLI), gozaron la más grande
popularidad y todavía, lo mismo que sus Madonas, han
sido copiadas y modificadas de variadas maneras, des-
pués de su muerte.
Su gusto por el paisaje y su estilo en la manera de
reproducirlo, parecen haber sido influidos muy de cerca
por la escuela danubiana. El paisaje ha representado
para Cranach, no sólo en su juventud, sino en todo
tiempo, un gran papel. Recordemos la delicada armoni-
zación de figura y paisaje en el cuadro de Sansón y Dalila
(Augsburgo, Museo Maximiliano), en las diversas inter-
pretaciones del Juicio de París, del Paraíso (1530, Museo
de Viena), en las representaciones de cazas (Museo de
Viena y Madrid, 1544, 1545) y en los cuadros de Ma-
donas. El más bello de éstos es el ejecutado hacia el
año 1510, existente en la catedral de Breslau.
Los ensayos que se han hecho para precisar las di-
versas manos que intervinieron en el taller de Cranach,
cuya actividad alcanzó una amplitud extraordinaria,
todavía no han logrado una seguridad absoluta. Uno de
los compañeros más hábiles, que actuó sobre todo por
el año veinte del siglo xvi, es el llamado seudo-Grüne-
wald, autor de gran número de tablas, existentes actual-
mente en la Galería de Aschaffenburg, ejecutadas por
encargo del cardenal Alberto de Brandenburgo. Ante-
 
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