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LA PINTURA ALEMANA

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menos, salidos de su taller son altares como el de la
leyenda de Santa Bárbara de Nykyrko, en Helsingfors.
La poesía que se desprende del Nacimiento de Cristo en
el cuadro del altar hamburgués (lám. XVII) es neta-
mente alemana, pura contraposición de la famosa obra
de Fra Filipo Lippi, pintor que, por la forma, es más
avanzado en todos aspectos, pero con quien se emparenta
estrechamente- por el motivo. Desde muchos puntos de
vista puede considerarse al maestro Francke como un
Fra Angélico y un Pisanello encarnados en una misma
persona de espiritualidad alemana, pero poseedora de
un estilo algo más primitivo.
Después de este artista desempeña un principal
papel en Hamburgo, Conrado von Vechta, muerto en
1447. Probablemente el altar mayor de Heiligenthal,
en el Museo de Lüneburg y en la iglesia de San Nicolás
de esta misma ciudad, es obra suya. En estas tablas
se reconoce claramente la influencia de van Eyck, sobre
todo en la pintura que representa a San Andrés bauti-
zando mujeres en la iglesia. Este altar fué concluido
por Hans Bornemann, muerto en 1447, que es mucho
más flojo y más tosco. Por el contrario, se nos aparece
como un aventajado artista su continuador Hinrick
Funhof, que adquirió su taller, a cuyo frente sólo pudo
permanecer diez años, hasta 1485. Fué influido sobre-
manera por el arte del maestro más posterior, Dierk
Bouts, como lo prueban las tablas del altar mayor déla
iglesia de San Juan de Lüneburg (lám. XVIII). En mu-
chos detalles recuerda aquellos ayudas de taller de que
se valía el pintor español Gallego, a quien se ha acos-
tumbrado a llamar «el Maestro con las armaduras»;
sólo que el alemán es todavía más ponderado, más
holandés.
A fines del siglo las energías en esta escuela ham-
burguesa estaban agotadas, y la ciudad tampoco pudo
retener en su seno otras nuevas de potencialidad crea-
 
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