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https://doi.org/10.11588/diglit.61746#0109
LA PINTURA ALEMANA
105
lo propiamente católico ya no constituye la idea más
importante del cuadro, y lo mismo que en los edificios
religiosos aparecen infectadas de elementos de la anti-
güedad pagana, las obras del maestro alemán expresan,
en cambio, el misterio de la Fe católica, con el mayor
fervor y apasionamiento. Nada nos importa que tras
el programa inspirador de los grandes y pequeños re-
tablos ejecutados por Grünewald encontremos un mundo
de clérigos ; lo esencial es el modo cómo el pintor lia reali-
zado y ha dotado de vida a ese programa eclesiástico.
Pero estos cuadros no emocionan sólo por su con-
tenido religioso ; nos cautivan, además, porque parecen
darnos una imagen de toda la Creación, de la naturaleza
y de las fuerzas que la rigen, de la fauna y de la flora
cantados por el pintor ; del aparato naturalista que
ofrecen tales cuadros, nos sentimos transportados a un
mundo de leyenda y de fantasía, en el que el artista
no sólo nos hace ver terribles demonios, sino también
los ángeles más encantadores, tanto en forma como en
color, y que, en análoga manera, nunca otro pintor ha
sabido representarnos de nuevo. Pero tal vez lo que
presta su más alto valor a todas estas obras es el hecho
de que nos sintamos, en lo puramente humano, sobreco-
gidos por ellas, y no sólo vivimos con el pintor el am-
biente de sus cuadros, sino que, a través de ellos, siempre
nos persigue una insistente cuestión, por no decir preo-
cupación, respecto del artista. Porque las obras de Grü-
newald, en cierta manera, no quedan desligadas del autor,
tal como sucede con las de Durero, sino que en ellas el
mismo artista habla siempre como un espíritu en cons-
tante busca, como un solitario, como una personalidad
que se nos manifiesta trágicamente. Tanto en su ner-
viosidad como en su élan, recuerda al Greco y a Goya.
En las obras que nos han quedado del artista se
podrá seguir, ciertamente, su desarrollo; pero este pro-
ceso de desenvolvimiento nos interesa mucho menos en
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lo propiamente católico ya no constituye la idea más
importante del cuadro, y lo mismo que en los edificios
religiosos aparecen infectadas de elementos de la anti-
güedad pagana, las obras del maestro alemán expresan,
en cambio, el misterio de la Fe católica, con el mayor
fervor y apasionamiento. Nada nos importa que tras
el programa inspirador de los grandes y pequeños re-
tablos ejecutados por Grünewald encontremos un mundo
de clérigos ; lo esencial es el modo cómo el pintor lia reali-
zado y ha dotado de vida a ese programa eclesiástico.
Pero estos cuadros no emocionan sólo por su con-
tenido religioso ; nos cautivan, además, porque parecen
darnos una imagen de toda la Creación, de la naturaleza
y de las fuerzas que la rigen, de la fauna y de la flora
cantados por el pintor ; del aparato naturalista que
ofrecen tales cuadros, nos sentimos transportados a un
mundo de leyenda y de fantasía, en el que el artista
no sólo nos hace ver terribles demonios, sino también
los ángeles más encantadores, tanto en forma como en
color, y que, en análoga manera, nunca otro pintor ha
sabido representarnos de nuevo. Pero tal vez lo que
presta su más alto valor a todas estas obras es el hecho
de que nos sintamos, en lo puramente humano, sobreco-
gidos por ellas, y no sólo vivimos con el pintor el am-
biente de sus cuadros, sino que, a través de ellos, siempre
nos persigue una insistente cuestión, por no decir preo-
cupación, respecto del artista. Porque las obras de Grü-
newald, en cierta manera, no quedan desligadas del autor,
tal como sucede con las de Durero, sino que en ellas el
mismo artista habla siempre como un espíritu en cons-
tante busca, como un solitario, como una personalidad
que se nos manifiesta trágicamente. Tanto en su ner-
viosidad como en su élan, recuerda al Greco y a Goya.
En las obras que nos han quedado del artista se
podrá seguir, ciertamente, su desarrollo; pero este pro-
ceso de desenvolvimiento nos interesa mucho menos en