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AUGUSTO L. MAYER
no alcanza nunca la amplitud y airosidad de las com-
posiciones italianas, la eufonía en la dinámica de la
superficie, sino que sus figuras pronuncian todavía una
última palabra del idealismo alemán; en sus cabezas
de apóstoles, de la última época, vibra una espiritua-
lidad que se aproxima más a las figuras de los floren-
tinos del «Trecento», al mundo de un Giotto que al
de Rafael, Tiziano o Fra Bartolomeo.
En sus dos viajes a Italia (hacia 1494 y 1505-1507),
Durero visitó principalmente Venecia, aquel foco ar-
tístico italiano que, por su relación con Oriente, debía
ejercer un mayor atractivo en un artista alemán, en
cuanto a interpretación pictórica y disposición deco-
rativa. Ya pintor maduro, visitó después Durero el
Bajo Rhin y los Países Bajos, llegando hasta Amberes
(1520-21). También aquí, según todas las apariencias,
dejóse influir por el arte específicamente pictórico.
Pero si las obras que Durero realizó durante su destierro
en Venecia y bajo la influencia del viaje por los Países
Bajos son estrictamente pictóricas, ello no puede to-
marse como característico de la intuición y ejecución
del artista consideradas en conjunto. En cierto grado
podría comparársele con Fra Bartolomeo, que, como
toscano, visitó Venecia, donde aprendió la manera de
saber combinarla delicadeza pictórica con la monumen-
talidad, que le era innata. Como maestro franconiano,
Durero retrocede a una interpretación comparable a la
de los florentinos, y en honor de la forma monumental,
deja rezagado el elemento pictórico ; pasado el tiempo
cultivó una pintura tersa y bruñida que poseía algo
pétreo y que, en cierto modo, podría compararse con el
estilo del Bronzino. Nos referimos aquí a las obras que
comienzan a fines del primer decenio y terminan con
el viaje a los Países Bajos. Si los períodos de la actividad
pictórica de Durero pueden calificarse de intermezzi, lo
mismo también cabría decir de su modo de tratar el
AUGUSTO L. MAYER
no alcanza nunca la amplitud y airosidad de las com-
posiciones italianas, la eufonía en la dinámica de la
superficie, sino que sus figuras pronuncian todavía una
última palabra del idealismo alemán; en sus cabezas
de apóstoles, de la última época, vibra una espiritua-
lidad que se aproxima más a las figuras de los floren-
tinos del «Trecento», al mundo de un Giotto que al
de Rafael, Tiziano o Fra Bartolomeo.
En sus dos viajes a Italia (hacia 1494 y 1505-1507),
Durero visitó principalmente Venecia, aquel foco ar-
tístico italiano que, por su relación con Oriente, debía
ejercer un mayor atractivo en un artista alemán, en
cuanto a interpretación pictórica y disposición deco-
rativa. Ya pintor maduro, visitó después Durero el
Bajo Rhin y los Países Bajos, llegando hasta Amberes
(1520-21). También aquí, según todas las apariencias,
dejóse influir por el arte específicamente pictórico.
Pero si las obras que Durero realizó durante su destierro
en Venecia y bajo la influencia del viaje por los Países
Bajos son estrictamente pictóricas, ello no puede to-
marse como característico de la intuición y ejecución
del artista consideradas en conjunto. En cierto grado
podría comparársele con Fra Bartolomeo, que, como
toscano, visitó Venecia, donde aprendió la manera de
saber combinarla delicadeza pictórica con la monumen-
talidad, que le era innata. Como maestro franconiano,
Durero retrocede a una interpretación comparable a la
de los florentinos, y en honor de la forma monumental,
deja rezagado el elemento pictórico ; pasado el tiempo
cultivó una pintura tersa y bruñida que poseía algo
pétreo y que, en cierto modo, podría compararse con el
estilo del Bronzino. Nos referimos aquí a las obras que
comienzan a fines del primer decenio y terminan con
el viaje a los Países Bajos. Si los períodos de la actividad
pictórica de Durero pueden calificarse de intermezzi, lo
mismo también cabría decir de su modo de tratar el